miércoles, 30 de diciembre de 2015

VUELTA AL HOGAR



Soy un pez, siempre lo he sido y siempre lo seré. Un pez de colores, de muchos colores, nadando entre corales y esponjas. Flotando en las corrientes que me surten de alimento. Inmerso en un hermoso mundo azul...              Esto pensaba Luís, mientras tecleaba mecánicamente en su ordenador,  listas y listas de cifras, una detrás de otra durante más de ocho horas al día, aunque el maldito empresario que le tenía exclavizado apenas le pagaba seis; había que pagar las facturas.
 No entendía como siendo    él un pez, podía estar en esta situación, superaba su capacidad de discernimiento. Pero esto iba a cambiar, pensó y una sonrisa se adueñó de sus facciones normalmente adusta. Con la nómina de este mes conseguiría el dinero suficiente para comprar un billete de avión a Madeira,  le habían dicho que era un sitio precioso, tanto en la superficie como debajo del agua, estuvo investigando en la web y se decidió por la Isla de las Flores.
Dos meses después, una pequeña reseña en portugués, en un periódico local daba la escueta noticia: se habían encontrado el cadáver de un hombre desnudo, pintado de colores y con una sonrisa plasmada en su rostro, flotando cerca del puerto deportivo.
En ordenador de Luís en la oficina, un salvapantallas advertía: "volví a casa, no me esperéis. :) "

lunes, 28 de diciembre de 2015

ANDO BUSCANDOTE

Ando buscándote...

En soleadas mañanas
de domingos brillantes.
En aroma a lavanda
entre la ropa blanca.

Ando buscándote...

En colores vibrantes
de lápices fragantes.
En gotas de lluvia
corriendo por cristales.

Ando buscándote...

En mis queridos hijos
y sus límpidas risas.
En una sencilla flor,
perfecta en su sencillez.

Ando buscándote,
mi esquiva niñez.




sábado, 26 de diciembre de 2015

LA SANGRE MALDITA

     Jarevallom tenía la vista clavada allí abajo, inclinado sobre el alfeizar de la ventana más alta de su torre de hechicero, los dedos engarfiados a la piedra del alfeizar y el horror rezumando de su mirada. Allí abajo, a cuarenta metros, estaba el cuerpo desnudo, ensangrentado y roto de su amada Tricia.            Ella era la hija del señor de la ciudad, el archiduque Daandelion, tesorero del Imperio y Custodio del Sello del Pacto. Una muchacha muy hermosa de ojos azul cobalto y una espesa y larga melena negra. Jarevallom la conocía desde niña, y fue testigo de cómo su belleza se acrecentaba con el paso de los años. Su carácter bondadoso y dulce, encendió el frio corazón a ese duro saco de piedras que era el Maestro en magia de la corte.
     Aquella mañana el anciano se levantó antes de que saliera el sol, aún le quedaban bastantes flecos que rematar antes de que pudiera poner en práctica su plan y huyera para siempre con Tricia, su dulce Tricia. Aunque ella no supiera de estos planes, esto era una minucia, que no sería problema, en cuanto ella se diera cuenta de que también lo amaba, o al menos, de eso estaba convencido Jarevallom.
     Dangelo Rep esperaba, impaciente, a su mentor en la salida de la ciudad, cuando aún los guardias no habían abierto sus puertas. Era un joven hechicero, apuesto y bien parecido, al que le habían tocado las prácticas finales de su aprendizaje en la corte del conde. No se llevaba bien con el anciano maestro, Dangelo pensaba que era demasiado altanero (y él un gallo, con las plumas recién brotadas). Tenían una relación correcta aunque tirante, y después de la jornada de trabajo, cada uno iba por su cuenta. Para el joven, Jarevallom, más bien su muerte, podría suponer la oportunidad de quedarse como hechicero residente en el castillo de Daandelion y además estaba Tricia… ¡Madre Magia, como le excitaba esa mujer!
     Desde el primer momento, en que puso sus ojos en ella, el deseo le invadió como nunca antes le había ocurrido. Al principio se sintió sumamente avergonzado por esa reacción tan primaria en un hombre que, dada su profesión, debería de tener total control sobre su mente, pero Tricia era su némesis, en su presencia no podía pensar en otra cosa más que en poseerla de una manera animal y salvaje, que poco tenía que ver con el amor. Dangelo sabía que estos sentimientos no eran correctos, pero poco podía hacer para atenuarlos, excepto procurar no coincidir con el objeto de su oscuro deseo.
     Tricia por su parte, que se había percatado del efecto evidente que causaba en el apuesto y joven hechicero, sentía un escalofrío que recorría su espalda y acababa con un calor abrasador en su bajo vientre cada vez que le pillaba, observándola fijamente con esa mirada suya, era sumamente turbador, pero la joven también sentía temor; las alarmas de su instinto saltaban cada vez que le veía, y en ella surgía la controversia de abalanzarse a él o salir corriendo.
     La mañana de su muerte, Tricia salió de palacio, acompañada por una doncella y escoltada por un guardia, para realizar su habitual visita a la pequeña capilla que se alzaba en el bosquecillo que crecía a medio camino entre el castillo y el pueblo.
     Dangelo se encontraba cerca de la ermita también, pero nada tenía que ver con los rezos, sabía que Tricia se acercaba todas las mañanas en las que lucía el sol para recogerse unos minutos y el joven no pudo desperdiciar la ocasión de verla; de manera que con la excusa de buscar unas hierbas y bayas que necesitaba para sus pociones, se separó del viejo hechicero que iba a la villa para comprar unos pertrechos que necesitaba. Le dijo que más tarde se encontrarían en el castillo y Javarellom, que no quería tener ningún testigo de sus preparativos para la huida con la hermosa Tricia, presto aceptó a que se separaran. En cuanto lo perdió de vista el viejo se dio media vuelta y desanduvo sus pasos hasta sus aposentos.
     El joven hechicero entró en la ermita y se apostó tras una de las gruesas vigas de roble que sustentaban la techumbre del edificio. No tuvo que esperar demasiado, la puerta de de la ermita se abrió, entró la joven y cerró, asegurando la puerta con una estaca que la atrancaba. Ahora nadie desde fuera podría entrar a no ser que echara la puerta abajo. Dangelo se sorprendió con esta acción de Tricia, pero su visión le dejo la garganta seca y el pensamiento sin otra cosa más que su imagen ocupándolo enteramente. Ella vestía con un vestido ligero y escotado pues la estación estival este año era inusualmente calurosa y obligaba a un vestir liviano para evitar exceso de calor, aunque esto no impedía que su piel ligeramente humedecida, refulgiera suavemente; en Dangelo tenía un efecto devastador, a duras penas no se abalanzó sobre ella.
     Traía en la mano una bolsa de terciopelo rojo oscuro, en la que Dangelo suponía que llevaría el libro de oraciones y algún refrigerio. Tricia se acercó a la piedra desnuda que hacía de altar y depositó la bolsa sobre ella, la abrió y efectivamente sacó un pequeño grimorio que dejó a un lado, un paquete de lo que podría ser algo comestible, un tarro mediano de cristal opaco y negro que brillaba con la luz de las velas y un suave paño de algodón.
     Una vez dispuestas las cosas en el altar, Tricia, lentamente se desataba los cordeles que le ajustan el vestido al pecho y deja que se deslice hasta el suelo. La visión de sus pezones erectos casi consiguen que Dangelo pierda el conocimiento con el corazón palpitándole casi tanto como la entrepierna. La hermosa joven alzó los brazos y se recogió la melena azabache detrás de la cabeza en una coleta baja que dejaba al descubierto sus hombros y su cuello de gacela. El joven hechicero, en una lucha titánica entre su moral y su deseo, decidió que tenía que marcharse de la ermita inmediatamente, eso, o su alma inmortal acabaría en el más ardiente de los infiernos. En ese momento Tricia se agachó, doblando la cintura para recoger el vestido que yacía a sus pies. Toda la moral, miedo a los infiernos y contención del joven se esfumaron en una llamarada de deseo tal, que salió de su escondite y con su voz convertida en un profundo gruñido atávico pronunció el nombre de ella…Tricia.
     Cirte solo tenía doce años, pero ya tenía una cosa muy clara, sabía sin ningún género de dudas que amaba a Dangelo, para ella el joven hechicero, guapo, alto, y casi un maestro en la magia, era todo lo que su jovencísimo corazón podría desear, y más siendo ella una simple doncella, a la que el condicionamiento social, la reservaba un futuro marido que, como mucho, sería soldado o comerciante, fuera de los círculos de la nobleza a los que anhelaba pertenecer. Estaba en el bosque acompañando a Lady Tricia, una de sus labores de doncella y ciertamente de las menos desagradables; tomaba el aire paseaba por el bosque, o charlaba con el guardia que las acompañaba en las salidas. Cirte imaginaba que la joven dama rezaría en la capilla, porque tras un par de horas salía en silencio y sin mediar ni una palabra, montaba en su palafrén y volvían tranquilamente a palacio.
     Pero en aquella ocasión, tal vez porque se aburría especialmente o por que los hados burlones lo habían decidido así, se acercó al muro de la capilla y contempló con sus ojos lo que jamás quisiera haber contemplado: su señora Tricia y su querido Dangelo desnudos, fornicando sobre el altar, poseídos por los demonios de la lujuria, sudorosos y ajenos a todo lo que a su alrededor sucediera.
     Y entonces ocurrió, Cirte se quedó paralizada, rígida como un trozo de piedra, con los ojos desmesuradamente abiertos y un espantoso chillido atravesado en su garganta. Tricia, con las orbitas oculares totalmente en blanco, comenzó a convulsionarse bajo las arremetidas del joven hechicero, el cual, perdido en su propio desenfreno y con los párpados fuertemente cerrados, no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
     Tricia comenzó a cambiar de forma, las manos y los pies se transformaron en garras, su rostro, tan hermoso, se desfiguró en una grotesca máscara reptiliana con una boca repleta de afilados dientes, del final de su espalda, surgió una cola acabada en una cruel hoja y de sus hombros, dos alas negras de murciélago. Toda su piel, antes blanca y suave se convirtió en una coraza de escamas negras como la obsidiana. Cirte no podía comprender como Dangelo no se daba cuenta del cambio, pero debía estar bajo el poder de un hechizo sexual, porque no paró ni siquiera cuando la monstruosidad a la que estaba haciendo el amor le clavó las garras en la espalda, y con un gruñido profundo ensartó al pobre hombre con su afilada cola y le arrancó la cabeza de un solo mordisco. En ese momento y con la visión de la sangre del hechicero salpicándolo todo, Cirte se desmayó y cayó al suelo desmadejada como si la hubiera golpeado un rayo.
     Al despertar, con su mente totalmente ofuscada, vagó por los bosques, subsistiendo a duras penas durante meses, sin que nadie la echara de menos en palacio, al fin y al cabo, ella tan solo era una de las cientos de doncellas que trabajaban allí y si alguien en algún momento notó su desaparición, acabó pensando que, seguramente, se habría fugado con algún feriante o charlatán de los que pasaban sin cesar por la ciudad. Cirte aguantó hasta la llegada del invierno, cuando el mortal frío la encontró acurrucada en un árbol hueco, con la ropa hecha jirones, y el ángel negro se la llevó a un lugar donde su torturada mente hallaría, finalmente, descanso.
     Cuando el monstruo en que se había convertido la dulce y hermosa Tricia devoró al desgraciado joven, salió por la puerta de la ermita, partiéndola en mil pedazos y alzando el vuelo se dirigió rauda hacia la ciudad. Lo único que el guardia pudo ver fue una mancha oscura antes de que toda su atención fuera absorbida por la macabra escena en el interior del pequeño templo.
     Tricia o en lo que se había convertido, llegó a la torre de hechicería, se metió veloz por la ventana más alta de la más alto edificio de la ciudad, nadie se había percatado de su paso, a esa hora de la tarde, con el sol cayendo a plomo sobre la tierra, la gente no se dedicaba a mirar al cielo, más bien se escondían de él en lugares frescos y umbríos.
     Al entrar en aquella sala pequeña, en penumbra, el monstruo se dejó caer sobre el fresco empedrado del suelo y comenzó a transformarse de nuevo. La cola y las alas desaparecieron en su espalda, el rostro se contrajo hasta volver a ser humano, al igual que su piel y sus manos que, si bien, otra vez eran suaves, no eran del color blanco habitual en ellas. La joven estaba embadurnada por todos los lados de sangre, ya seca; de tal manera que parecía que se hubiera bañado en ella. Tricia se miraba las manos tintadas y notaba en la boca el sabor de la sangre; no tenía la más remota idea de lo que había ocurrido, no recordaba nada, excepto la pasión ardiente y subyugante que la había poseído, al volverse y descubrir a Dángelo mirándola de aquella manera, pronunciando su nombre en un sordo gruñido y abalanzándose sobre ella, el propio deseo imperioso de sus entrañas y el calor, el enorme calor, del que pensó, en un último pensamiento consciente, que la iba a devorar. Después de eso, una niebla densa negra y roja engullía su mente, hasta el momento de encontrarse desnuda y ensangrentada en aquella estancia de la torre del hechicero, a la que no sabía cómo podría haber llegado.
      Miró a su alrededor; una cama sencilla, un armario grande de madera, una mesa, una silla y cualquier superficie libre de las paredes repletas de estanterías, rebosantes de libros, redomas, frascos y otras cosas de las que ni siquiera podía empezar a imaginar lo que podrían ser, componían un caótico cuadro que se completaba por la cantidad de papeles, pergaminos y libros que ocupaban mucha de la superficie del suelo de piedra Se levantó del duro y frío suelo y comenzó a buscar algo con lo que tapar su cuerpo desnudo.
     En ese preciso momento la puerta de la habitación se abrió de golpe y entró Jarevallom con prisas. Traía en las manos una bolsa que cayó al suelo y esparció su contenido de panecillos, fruta y alguna pieza pequeña de queso y embutido, cuando vio a Tricia allí erguida, desnuda, ensangrentada y con una mueca de horror pintada en su hermoso rostro.
     — ¡Por todos los dioses del averno, criatura! ¿Qué te ha ocurrido?—, preguntó el hechicero dando un paso hacia ella. Tricia se alejó del anciano, tapándose con las manos su piel desnuda y acurrucándose comenzó a llorar desconsoladamente.
     — ¡No lo sé, maestro!, estaba en la ermita del bosque, y de repente me encuentro aquí, no sé cómo he llegado a la torre, ni de dónde ha salido toda esta sangre—, contestó entre sollozos la joven.  
     — ¿Y qué hacías en la ermita? ¿En esa ermita?—, una sombra de pánico atroz cruzó por el semblante del anciano, mientras su memoria rescataba de las profundidades de su mente prodigiosa, cierta antiquísima profecía.
     —Fui, como suelo ir cada luna nueva, a realizar los ritos mi diosa. Voy desde que soy mujer y nunca me ocurrió nada extraño. Siempre estaba sola, con mis abluciones para purificar mi cuerpo y alma… pero esta vez…—, susurró con un hilo de voz que apenas podía oírse, aunque no lo suficientemente bajo para que no lo oyera Jarevallom, cuyos oídos estaban potenciados por la magia.      — ¿Qué ocurrió esta vez, Tricia? ¡Por la Madre misericordiosa!, ¿qué ocurrió? Dime que no estabas acompañada, que estabas sola. Rogó el anciano desmoronándose sobre una silla. En su fuero interno ya sabía la respuesta, puesto que la profecía resaltaba dentro de su cabeza como grabada con fuego ardiente:

     Cuando en el templo negro, la luna oscura halle 
     A virgen doncella, marcada por sangre maldita 
     Que en su ardiente ansia, a varón consienta 
     La hermosa doncella, de blanca flor a espina negra 
     Tornará sin alma, ni benevolencia  
     Y la oscura bestia, volverá a la vida 
     Y la vida arrasará, con ansia asesina. 
   
     “Estamos condenados, la maldición de los Drakensang se ha desatado de nuevo”, pensó el hechicero. “Pero, ¿cómo es posible? La última vez yo ni siquiera había nacido y cargo con más de trescientos inviernos a mis espaldas, y ya era un cuento de viejas para asustar a los niños en las noches oscuras”, caviló Jarevallom. Se levanto presto y se acercó a una de las estanterías repletas de tomos, fue repasando los títulos de cada libro hasta que se paró en uno, no demasiado grueso, con aspecto de haber envejecido de muy mala manera, y tal y como lo cogió el viejo, que podría estallar en llamas en cualquier momento. Se volvió con el libro hacia Tricia que seguía acurrucada y no dejaba de sollozar.
     — ¡Mira, mi preciosa niña!, en este libro encontraremos las repuestas a lo ocurrido, y quieran los dioses que me equivoque—, dijo con voz dulce, todo lo dulce que pudo.
     Tricia alzó la cabeza y vio que el libro que sostenía, estaba encuadernado en alguna especie de piel negra cuarteada, y que en la portada tenía grabado en plata la silueta de un dragón con las alas extendidas. Nunca supo porqué, pero sintió una aversión visceral a aquel antiguo libro, se alejó de su influencia todo lo que pudo, reculando por el suelo hasta que su espalda desnuda topó con la pared de piedra.
     Aquella reacción de la muchacha terminó por confirmar las más horrorosas sospechas de Jarevallom. Por las venas de Tricia corría sangre maldita, no tenía salvación una vez desatada la maldición. Si tan sólo se hubiera dado cuenta antes, pero su amor por ella le hizo descuidado con su misión de prever y proteger a la familia de males mágicos y ahora todo se había malogrado; porque bien sabía él que lo único que podría liberar de ese horror a su preciosa y dulce Tricia era la muerte, y había que hacerlo ya, antes de que la bestia concentrara su poder, volviera a hacerse con el control y desatara la devastación y el caos por todo el reino. El anciano, con lágrimas cayéndole por la cara y perdiéndose en su barba se acercó paso a paso a la joven que con los ojos abiertos de par en par y una mirada de terror se levanto del suelo muy despacio.
     —No te acerques a mí, viejo asqueroso—, la voz salió de la boca de la joven, pero no era su voz y los ojos que se clavaban en los del hechicero tampoco eran los azules de su amada, estos ojos eran rojos sangre, con una rendija vertical de color verde ponzoña, que se abría a unos pozos negros de maldad y locura absoluta.
     — ¡No dejaré que mancilles más el alma de mi querida niña! Este mundo no es tu lugar y has de volver al infierno que te escupió.
     — Sabes muy bien que la jovencita ya no tiene salvación, fornicó con un hombre al que luego maté y devoré, el rito está cumplido y su alma se retuerce dentro de mí. No puedes devolverle la vida, y en cuanto devore al siguiente inocente, permanecerá conmigo para siempre. — dijo la bestia en la que comenzaba a convertirse Tricia, con una especie de risotada obscena y cargada de maldad, mientras se encaramaba en el alfeizar de la ventana que tenía a su espalda.
     Se asomó por el hueco y comenzaba a desplegar las alas para iniciar el vuelo cuando un golpe entre los omoplatos hizo que se volviera, la espalda ardía con un frío glacial, que se fue extendiendo por su cuerpo, miró hacia abajo y vio el libro negro en el suelo, humeaba y despedía calor, entonces con una explosión de luz brillante y un chillido desgarrador, el demonio fue desterrado y el cuerpo de la joven cayó por la ventana hasta que se estrelló con el suelo de piedra, al pie de la torre.
     Jarevallom, con los dedos engarfiados a la piedra del alfeizar y el horror rezumando de su mirada, clavó la vista allí abajo, donde a cuarenta metros, estaba el cuerpo desnudo, ensangrentado y roto de su amada Tricia.



    FIN





 Pedro A. Ramírez Cauqui

miércoles, 7 de octubre de 2015

EL LLANTO DE BOABDIL


Lloras Boabdil, lloras por Granada.
Los cristianos a las puertas, 
con espadas y alabardas.
Ya suenan las trompas,
los tambores redoblan.
Y tú, mi pobre rey, 
te derramas en lágrimas amargas.

Naciste en malhadada hora, 
hora de desgracias;
tú, con alma de poeta,
No sabes defender a tu amada. 
Cantas a sus ojos negros, 
a su cálida piel tostada,
a su voz repleta de miel
y a su hermoso cuello de garza.
Del cielo bajas la luna
y en collar de estrellas la engarzas
y compones canciones
que estremecen corazón y alma.

Mas no sabes blandir espada, 
alzar escudo o lanzar lanza.
Tan sólo lloras, mi pobre rey, 
la certeza de tu pérdida te desarma.
Ya suenan las trompas,
los tambores redoblan.
Y tú,  mi pobre rey,
solo,
lloras por Granada.

Pedro

lunes, 28 de septiembre de 2015

HASTÍO

Pasan los años, mi vida,
en nuestra existencia;
el opaco hastío anida 
dejándonos, mi vida, 
nuestras almas huecas.

Piedras quebradas,
ayer por arcoiris tocadas.
Rosa roja deshojada. 
Margarita alba callada.

Ventanas antes abiertas
están ahora tapiadas
con conformidad y desidia. 
Ya no vemos la luna,
que antaño nos susurraba.
Ya no lucen las estrellas,
en nuestras caricias, olvidadas.

Y caen una tras otra,
lágrimas de añoranza
por tu ser perdido, amor,
mi alma, mi esperanza. 

Pedro.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Estuvo ahí






Estuvo ahí,  yo lo ví,  dejó su firma en la pared blanqueada con cal, como un grafiti hecho con lluvia y años. Estuvo ahí,  el banco de madera soportó su peso y ennegreció con su aliento, la madera vieja y el hierro corroído por el óxido guardan su recuerdo. Ahora en esa foto ya no aparece, porque nunca se puede atrapar al tiempo. 

Pedro.

martes, 22 de septiembre de 2015

UNOS, OTROS, NOSOTROS

"Gracias por leerme.

UNOS, OTROS, NOSOTROS

Unos 
No quieren oír los gritos,
levantan altas barreras, 
cierran los férreos postigos. 
Cobardes. Hunden las cabezas,
en infames pozos de olvido.
Otros
Caminando van por las zanjas,
otrora de sus vidas, ríos, 
repletos de las esperanzas;
ahora secos y vacíos, 
rebosando de huellas blancas.
Unos
Borran caminos, cercan el mar.
Sus negras almas han vendido,
por torres de sucio, vil metal.
¿Aún seréis compasivos?
¿No les cederéis un lugar?
Nosotros
Abramos puertas y cancelas,
derribemos muros y vallas;
hagamos sitio en los hogares,
aliviemos ese dolor canalla,
hundido en las arenas negras
de lejanas, olvidadas playas."


UNOS, OTROS, NOSOTROS

Unos
No quieren oír los gritos,
levantan altas barreras, 
cierran los férreos postigos.
Cobardes. Hunden las cabezas,
en infames pozos de olvido.
Otros
Caminando van por las zanjas,
otrora de sus vidas, ríos,
repletos de las esperanzas;
ahora secos y vacíos,
rebosando de huellas blancas.
Unos
Borran caminos, cercan el mar.
Sus negras almas han vendido,
por torres de sucio, vil metal.
¿Aún seréis compasivos?
¿No les cederéis un lugar?
Nosotros
Abramos puertas y cancelas,
derribemos muros y vallas;
hagamos sitio en los hogares,
aliviemos ese dolor canalla,
hundido en las arenas negras
de lejanas, olvidadas playas.

Pedro

LOS ELEFANTES

LOS ELEFANTES

El niño estaba hipnotizado por la maldita seta. Tan roja, con esos puntitos blancos tan bonitos, que el crío creyó ver que se movían haciendo que sus ojos y todos sus sentidos quedaran atrapados en ese movimiento. No se enteró de la vibración de la tierra, ni del ruido atronador, ni de la sombra de los enormes cuerpos que se le echaban encima...
Jamás se volvió a saber del pequeño: ni cuerpo, ni sangre, ni resto alguno encontraron en aquel lugar; tan sólo una seta roja, muy roja, en cuya superficie había puntitos blancos, ahora uno más.


Pedro.

LLUEVE

"Unos ripios mal rimados para los que pido vuestra indulgencia. Gracias por leerme.

LLUEVE

Llueve.
El agua puntea notas de plata en charcos de ébano. 
Las hojas, empapadas, tapizan las aceras.
Como el tambor senil, del mismo ritmo ya hastiado,
las gotas, rebeldes, redoblan sus cantinelas.

Llueve.
El bulevar vacío huele a virgen, negra tierra;
a la madera mojada de aquel viejo nogal,
donde, grabada, nuestra promesa permanezca,
aunque en nuestros corazones sea rasgado retal.

Llueve.
La lenta lluvia lava las heridas del alma.
Su sonido constante sosiega mi ánimo. 
De mis batallas internas consigo la calma,
convertida en levadura de mi ser ácimo. 

Pedro

Gols Boulevard, Leonid Afremov"

Gols Boulevard,
Leonid Afremov.

LLUEVE

Llueve.
El agua puntea notas de plata en charcos de ébano.
Las hojas, empapadas, tapizan las aceras.
Como el tambor senil, del mismo ritmo ya hastiado,
las gotas, rebeldes, redoblan sus cantinelas.

Llueve.
El bulevar vacío huele a virgen, negra tierra;
a la madera mojada de aquel viejo nogal,
donde, grabada, nuestra promesa permanezca,
aunque en nuestros corazones sea rasgado retal.

Llueve.
La lenta lluvia lava las heridas del alma.
Su sonido constante sosiega mi ánimo.
De mis batallas internas consigo la calma,
convertida en levadura de mi ser ácimo.

Pedro

Gols Boulevard,
Leonid Afremov.

DUERMEVELA


DUERMEVELA

Hay veces que al cerrar los ojos, te presiento
en los límites de mi consciencia.
Me duermo y no te sueño,
me desvelo y te desvaneces.
Sólo existes en ese sutil momento, en la frontera difusa
entre vigilia y sueño.
En ese segundo tu presencia es gloriosa, vibrante,
y comprendo tu esencia y conozco tus secretos.
Quiero aferrarte, que me quede tu recuerdo completo;

pero te zafas y corres y alzas el vuelo.
Me quedo solo, pasmado, con el corazón deshecho.
Me pregunto por qué eres tan vil y cruel 

con este pobre ser de carne y hueso.
No puedo culparte, eres luz y fuego, no puedo.
Encerrarte en mi baúl siniestro sería matarte

y yo no quiero eso.
Me queda la esperanza de volver a verte 

en ese precioso instante, en ese exiguo momento,
en el que existo entre vigilia y sueño.

Pedro

LA LUNA Y EL RÍO


LA LUNA Y EL RÍO

Esta noche ha querido la luna,
bajar a bañarse al río.
Al rozar sus oscuras aguas, 
la pobrecita ha tenido frío.

Envidiosos juncos de la orilla,
por espiarla se han escondido.
Con el tremor de la preciosa,
las cañas secas se han reído.

No la espiéis, juncos verdes.
No riáis, cañas resecas.
Que aunque la luna, de frio tiemble,
aún temblando es, de mi alma, dueña.

Con su cuerpo de claro nácar;
nácar, plata y madreperla.
Luce su sonrisa tan blanca,
que me enamoro con solo verla.

Pedro

EN MI VIEJO LIBRO

"Unos ripios, como dice el amigo @[1660141670:2048:Martin].

EN MI VIEJO LIBRO

En mi viejo libro de los recuerdos,
enterré mi pobre deseo olvidado, 
escribí en tinta seca mis sueños, 
arrugadas fotos de amor ajado.

¿Qué malditos anhelos son mis dueños? 

Con un candado y llave de plata, 
no ha de ver el sol, ni luna, ni llama, 
anclado a mi abismo de vida vana, 
el sempiterno libro me reclama. 
¿Podré descansar, pobre alma liviana?

Pedro"


EN MI VIEJO LIBRO

En mi viejo libro de los recuerdos,
enterré mi pobre deseo olvidado,
escribí en tinta seca mis sueños, 
arrugadas fotos de amor ajado.

¿Qué malditos anhelos son mis dueños?

Con un candado y llave de plata,
no ha de ver el sol, ni luna, ni llama,
anclado a mi abismo de vida vana,
el sempiterno libro me reclama.

¿Podré descansar, pobre alma liviana?

Pedro

LO QUE HUBIERA SIDO



LO QUE HUBIERA SIDO

El otoño ha llegado al valle, los alerces, robles, nogales y hayas comienzan a mudar el color de sus hojas verde oscuro de la librea estival, pasando al verde amarillento y de ahí a un mosaico de amarillos, naranjas, ocres, marrones y rojos que engalanan el bosque con una multitud de banderolas de feria. Los frutos casi a la sazón, serán el festín y raciones de reserva, en el duro invierno, para una multitud de pequeños roedores que inician su frenética labor de recolección. La rapaces: mochuelo, cárabo y el majestuoso búho real, pendientes de sus correrías, se alimentan de estos animalillos, así como la sagaz raposa y la escurridiza comadreja. La jabalina hoza en el alfombrado suelo en busca de cualquier cosa que pueda comerse, perseguida por sus inquietos jabatillos. Y se oye en la distancia la voz del rey ciervo retando a sus oponentes en plena berrea...

O así hubiera sido si el hombre no hubiera quemado los árboles, matado a los animales y construido una presa en la cuenca encajonada. Ahora no hay hojas multicolores, tan sólo agua, y una enorme pared de hormigón tapando la salida del valle.
Los pocos árboles que se han salvado se miran reflejados desde la orilla y las hojas caen, como lágrimas, sobre la húmeda mortaja de su hogar.

Pedro.

ERRANTES

"ERRANTES

Son flores arrastradas, 
por torbellinos negros.
Las manos agarradas,
a los fríos aceros.

Lágrimas derramadas,
en el helor del alba.
Sus caras demacradas,
desesperando el alma.

¿Dónde están los niños perdidos?
¿Dónde quedó mi tierra amada?

Dejado el querido hogar, 
arrancadas sus vidas.
Nunca dejar de vagar,
sólo existen las huidas.

Destruido norte vital,
compás roto de un tiro.
Huyen del golpe mortal.
Mueren en el camino.

Pedro"


ERRANTES

Son flores arrastradas,
por torbellinos negros.
Las manos agarradas,
en los fríos aceros.

Lágrimas derramadas,
en el helor del alba.
Sus caras demacradas,
desesperando el alma.

¿Dónde están los niños perdidos?
¿Dónde quedó mi tierra amada?

Dejado el querido hogar,
arrancadas sus vidas.
Nunca acabar de vagar,
sólo existen las huidas.

Destruido norte vital,
compás roto de un tiro.
Huyen del golpe mortal.
Mueren en el camino.

Pedro

MARIPOSA

MARIPOSA

Encontró su lugar en el mundo; después de vagar por océanos interminables, eternos desiertos, populosas ciudades y montañas que rozaban el cielo, un pequeño prado cubierto de flores fue su destino, y se convirtió en mariposa.


Pedro.

FIRME GUARDIAN

FIRME GUARDIAN

La oscura roca miraba al océano desafiante. Aún con la certeza de que su lucha estaba perdida, no cejaría en oponerse a la fuerza de su enemigo ancestral. Sabía que detrás de ella estaban los débiles hogares del hombre, donde vivía aquella pequeña niña que cada tarde se sentaba en su borde más alto y cantaba dulces canciones de ternura y amor. Aguantaría firme por ella y por todas las niñas que, en el futuro, vinieran a sentarse en la dura, negra roca.

Pedro.

NEGRA PENA

"Permíteme, querida amiga Mar, que te dedique éstas letras. No son bonitas, pues no hablan de cosas bellas, pero sé, por propia experiencia, que a los monstruos del alma hay que mirarlos a la cara y sacarlos a la luz, como a las pesadillas,  para poder empezar a vencerlos,  poco a poco,  pero sin remedio. Con todo mi cariño.

NEGRA PENA

La más oscura noche siempre llega. 
Gritos de angustia, los cristales rotos. 
Un rayo negro que en el alma pega.
Negras alas de negros cuervos locos.

Mil llantos sin consuelo en ojos ciegos.
Corazones en sangrantes despojos. 
Palabras burdas, blasfemos reniegos. 
Almas sembradas de tristes abrojos.

Puños alzados, amenaza eterna.
Débil el insulto que a nada alcanza.
Cielo sordo tras cegada lucerna.
Clavada en el costado la cruel lanza.

Tú, tenebrosa parásita de almas.
Ánfora rota de lágrimas llena.
Ominosa pira de frías llamas.
Tres veces maldita seas, negra pena.

Pedro"

Permíteme, querida amiga Mar, que te dedique éstas letras. No son bonitas, pues no hablan de cosas bellas, pero sé, por propia experiencia, que a los monstruos del alma hay que mirarlos a la cara y sacarlos a la luz, como a las pesadillas, para poder empezar a vencerlos, poco a poco, pero sin remedio. Con todo mi cariño.

NEGRA PENA

La más oscura noche siempre llega.
Gritos de angustia, los cristales rotos.
Un rayo negro que en el alma pega.
Negras alas de negros cuervos locos.

Mil llantos sin consuelo en ojos ciegos.
Corazones en sangrantes despojos.
Palabras burdas, blasfemos reniegos.
Almas sembradas de tristes abrojos.

Puños alzados, amenaza eterna.
Débil el insulto que a nada alcanza.
Cielo sordo tras cegada lucerna.
Clavada en el costado la cruel lanza.

Tú, tenebrosa parásita de almas.
Ánfora rota de lágrimas llena.
Ominosa pira de frías llamas.
Tres veces maldita seas, negra pena.

Pedro

NOCHE AMIGA

"Uno cortito,  como para no cansar. Gracias por leerme.

NOCHE AMIGA

Serena amiga, guardiana de sueños.
Cántame nanas, acúname en tu pecho.
Sé testigo callada de mis empeños;
y arrópame, noche amiga, en mi lecho.

Alíviame, mi amor, de mis cuitas diurnas.
Llévame por prados y bosques tranquilos.
Sé la dueña de aquellas ocultas urnas;
donde guardas las penas de los
dormidos.

Pedro

"Noche estrellada" Vicente Van Goth"

"Noche estrellada" Vicente Van Goth

NOCHE AMIGA

Serena amiga, guardiana de sueños.
Cántame nanas, acúname en tu pecho.
Sé testigo callada de mis empeños;
y arrópame, noche amiga, en mi lecho.

Alíviame, mi amor, de mis cuitas diurnas.
Llévame por prados y bosques tranquilos.
Sé la dueña de aquellas ocultas urnas;
donde guardas las penas de los dormidos.

Pedro

EL CID

"Permitidme,  en vuestra infinita indulgencia este pequeño capricho: muchas veces, he pensado en como se vería a si mismo el Cid; he cogido el boli y ha salido esto...

Por campos trigados,  cabalgaba el buen Cid; partía con su mesnada, que por defender la honra del reino, fue desterrado de Castilla, por el capricho de un mal rey. 
¡Héroe de Castilla!...

¡Cuántas más tonterías tendré que aguantar, pardiez!, dijo Rodrigo, al pasar por aquel villorrio y escuchar al juglarcillo, que además de no saberse ni un verso,  del poema que circulaba por ahí, cantaba, a su manera, el cantar. 
Nunca fui héroe y si lo llego a saber, me callo en la puñetera Jura; que ya me lo decía mi madre: "más vale morderse la lengua que encadenarte con ella".
Pero claro, yo nunca hice el menor caso a mi señora madre y tuve que meterme en cuitas familiares, y nada menos que en cuitas reales.
Y así me veo ahora,  buscando empleo voy, con los cuatro gañanes que me siguieron, más por huir de hogar y dueña, sospecho, que por lealtad a mí; pues ya me contarás que lealtad le puede guardar, uno de Segovia, al señor, perdón,  ex señor,  de Vivar. 
Buscando empleo,  como decía,  me hallo, alquilo mi espada a quien pague buena plata, igual me da señor moro, que cristiano, pues ambos son iguales si les tocas los reales redaños. Y tan buenos son los dineros de uno, como los del otro, a la hora de comprar tocino de marrano. 
¡Héroe!, dicen. ¡Qué sabrán ellos!...

Pedro."

Permitidme, en vuestra infinita indulgencia este pequeño capricho: muchas veces, he pensado en como se vería a si mismo el Cid; he cogido el boli y ha salido esto...

EL CID

Por campos trigados, cabalgaba el buen Cid; partía con su mesnada, que por defender la honra del reino, fue desterrado de Castilla, por el capricho de un mal rey. 
¡Héroe de Castilla!...

¡Cuántas más tonterías tendré que aguantar, pardiez!, dijo Rodrigo, al pasar por aquel villorrio y escuchar al juglarcillo, que además de no saberse ni un verso del poema que circulaba por ahí, cantaba, a su manera, el cantar.
Nunca fui héroe y si lo llego a saber, me callo en la puñetera Jura; que ya me lo decía mi madre: "más vale morderse la lengua que encadenarte con ella".
Pero claro, yo nunca hice el menor caso a mi señora madre y tuve que meterme en cuitas familiares, y nada menos que en cuitas reales.
Y así me veo ahora, buscando empleo voy, con los cuatro gañanes que me siguieron, más por huir de hogar y dueña, sospecho, que por lealtad a mí; pues ya me contarás que lealtad le puede guardar, uno de Segovia, al señor, perdón, ex señor, de Vivar.
Buscando empleo, como decía, me hallo, alquilo mi espada a quien pague buena plata, igual me da señor moro, que cristiano, pues ambos son iguales si les tocas los reales redaños. Y tan buenos son los dineros de uno, como los del otro, a la hora de comprar tocino de marrano.
¡Héroe!, dicen. ¡Qué sabrán ellos!...

Pedro.

¿CÓMO EXPLICAR?

"Hace ya nueve años nos dejó la madre de mi mujer y cuatro años más tarde mi padre. Esto que paso a contaros es cierto, si bien algo poetizado, lo cuelgo pensando en todos los seres queridos que nos dejan y en como sobrellevamos nuestra pérdida. Gracias a todos por leerme.

¿CÓMO EXPLICAR?

Una noche estrellada, mi niño pequeño y yo,  mirábamos al cielo, en silencio los dos.
¡Oye, papá!, me dijo, ¿adónde fueron los abuelos?.
Me cogió por sorpresa, no supe que contestar. Pensaba en mi cabeza: ¿cómo le puedo explicar,  a un nene tan chico, la muerte,  el alma o la eternidad? 
Recordé entonces aquel dicho: "si deseas algo con mucha fuerza, se acaba convirtiendo en realidad". Y deseé con toda mi alma que mi historia se hiciera verdad. 
Mira cariño, le dije, ¿ves aquella estrella en el cielo? De todas, la que brilla más.
Con su dedito apuntó al lucero, ¿aquella me dices, papá?.
Pues cuando cuando los abuelos se fueron, viajaron hasta ella y ahora viven en un hermoso lugar:
Con prados de mil flores, con verdes y acogedores bosques, con lagos frescos y claros, y llenos de peces de colores.
¿Y están contentos, papá? 
¿Y cómo no lo van a estar?, si cada día es fiesta, con globos, caramelos, farolillos y música para bailar.
Allí nos esperan,  mi vida, y sonriendo nos mandan su cariño, de vez en cuando, podrás sentirlo.
Se acurrucó contra mí y mientras miraba al lucero una sonrisa le iluminó; ¡papá, creo que siento a los abuelos!, ¡se me ha calentado el corazón!.
Tan sólo espero que dentro de muchos años, cuando el que haya partido sea yo, que mi niño, a sus hijos les cuente, que en en aquella brillante estrella parecida a un pequeño sol, está el abuelo Pedro, sonriendo y enviándoles su amor.

Pedro"


¿CÓMO EXPLICAR?

Una noche estrellada, mi niño pequeño y yo, mirábamos al cielo, en silencio los dos.
¡Oye, papá!, me dijo, ¿adónde fueron los abuelos?.
Me cogió por sorpresa, no supe que contestar. Pensaba en mi cabeza: ¿cómo le puedo explicar, a un nene tan chico, la muerte, el alma o la eternidad?
Recordé entonces aquel dicho: "si deseas algo con mucha fuerza, se acaba convirtiendo en realidad". Y deseé con toda mi alma que mi historia se hiciera verdad.
Mira cariño, le dije, ¿ves aquella estrella en el cielo? De todas, la que brilla más.
Con su dedito apuntó al lucero, ¿aquella me dices, papá?.
Pues cuando cuando los abuelos se fueron, viajaron hasta ella y ahora viven en un hermoso lugar:
Con prados de mil flores, con verdes y acogedores bosques, con lagos frescos y claros, y llenos de peces de colores.
¿Y están contentos, papá?
¿Y cómo no lo van a estar?, si cada día es fiesta, con globos, caramelos, farolillos y música para bailar.
Allí nos esperan, mi vida, y sonriendo nos mandan su cariño, de vez en cuando, podrás sentirlo.
Se acurrucó contra mí y mientras miraba al lucero una sonrisa le iluminó; ¡papá, creo que siento a los abuelos!, ¡se me ha calentado el corazón!.
Tan sólo espero que dentro de muchos años, cuando el que haya partido sea yo, que mi niño, a sus hijos les cuente, que en en aquella brillante estrella parecida a un pequeño sol, está el abuelo Pedro, sonriendo y enviándoles su amor.

Pedro

NADA ES IMPORTANTE

"El último por hoy, lo prometo.
Este me ha costado como se dice comúnmente "un huevo". He tratado de hacerlo de nueve sílabas,  procurando rima consonante en casi todo el poema. Pero tiene un pequeño truquillo...el primero que lo acierte se lleva el perrito piloto (es una chorrada, que no tengo el talento suficiente para más, pero me ha hecho ilusión intentarlo y esto es lo que ha salido). Como siempre muchas gracias por leerme y perdón por los posibles errores.

Noche de estrellas azules
de un sutil velo la cubran;
estrellas cosidas en tules, 
azules gemas la alumbran.

Campos de espigado oro
de doradas ondas ornados;
espigado trigal que doro,
oro en mis dedos hastiados.

Océanos de olas verdes
de esmeraldas la mar llena;
olas arrastran blancas redes,
verdes algas en la arena. 

Nada es importante,  mi sol,
es una mentira baladí;
importante es un arrebol, 
mi sol, que yo provoque en ti.

Pedro"


NADA ES IMPORTANTE

Noche de estrellas azules

de un sutil velo la cubran;
estrellas cosidas en tules, 
azules gemas la alumbran.

Campos de espigado oro
de doradas ondas ornados;
espigado trigal que doro,
oro en mis dedos hastiados.

Océanos de olas verdes
de esmeraldas la mar llena;
olas arrastran blancas redes,
verdes algas en la arena. 

Nada es importante, mi sol,
es una mentira baladí;
importante es un arrebol, 
mi sol, que yo provoque en ti.

Pedro

EL FRACASO

"Me permito, inspirado por J, colgar mi pequeño homenaje a Lorca. Lo que le ocurrió, su asesinato, es para mí el súmmum de lo jamás debió ocurrir en este país. Nuestro fracaso como pueblo civilizado.

EL FRACASO

Con un tiro maldito,
acabaron contigo. 
Fusilaron al ruiseñor,
el alba fue su testigo.

Un ruido atronador
de violento portazo. 
Cerrazón de las ventanas, 
que arrastró al fracaso.

Y quedamos varados,
huérfanos de vida.
Tus palabras Federico,
quedaron a la deriva.

España te perdió, 
contigo su futuro.
Las mañanas de rocío,
morían contra un muro."

Me permito, colgar mi pequeño homenaje a Lorca. Lo que le ocurrió, su asesinato, es para mí el súmmum de lo jamás debió ocurrir en este país. Nuestro fracaso como pueblo civilizado.

EL FRACASO

Con un tiro maldito,
acabaron contigo.
Fusilaron al ruiseñor,
el alba fue su testigo.

Un ruido atronador
de violento portazo.
Cerrazón de las ventanas,
que arrastró al fracaso.

Y quedamos varados,
huérfanos de vida.
Tus palabras Federico,
quedaron a la deriva.

España te perdió,
contigo su futuro.
Las mañanas de rocío,
morían contra un muro.

Pedro.

EL FIN DE LA MAGIA

"EL FIN DE LA MAGIA

El viejo, cansado, rey, observa desde su atalaya oculta, sobre la puerta a su reino de piedra y oscuras salas, la bruma que separa los dos mundos. Antes, mucho,  mucho antes, no existió separación entre ambos. El reino de la magia se encontraba intrincado, como la trama y la urdimbre de un único tapiz, con el mundo de la realidad, o lo que para el hombre era ahora su realidad. 
Antíguamente,  la magia formaba parte de la vida del ser humano: desde los dioses todopoderosos de la naturaleza a los pequeños elfos y las diminutas hadas. Los ritos celebrados en antiguos bosques, a la luz de la luna y las estrellas; los cánticos entonados al sol naciente o a las llamas de una hoguera, una dulce noche de primavera; la magia y el mundo mágico rodeaba al hombre y este formaba parte del todo.
Más tarde, en algún momento, el hombre se inventó sus propios dioses, ignoró y a fuerza de ignorar, acabó olvidando a las criaturas mágicas, expulsandolas de esa nueva realidad que iban forjando. Talaron sagrados bosques y sustituyeron la magia por la tecnología. Ya no necesitaban nada que no fuera de factura humana. 
Solamente los niños en sus benditas e inocentes sabidurías, y algún adulto que no dejó de ser niño y escribía sobre la fantasía,  conseguían, a duras penas, que la bruma no fuese ya un muro impenetrable. 
En estas cosas pensaba el viejo rey enano, Guardián de la magia y Centinela del reino, mientras observaba la bruma y a través de ella percibía el reino del hombre, con sus ciudades enormes, sus flujos eléctricos y de datos, sus vehículos mecánicos y todo mancillado por el pestilente petróleo que lo hacía funcionar;  con el cielo ennegrecido por los vómitos de las factorías;  sin pájaros ni nubes. Sin sol ni luna. Sin estrellas.
Dando media vuelta, con los hombros hundidos por el pesar, el viejo rey da la espalda a la bruma, cada vez más espesa y decide cerrar la montaña. Esperando que, quizás algún día,  alguien supiera llamar a sus puertas; porque la humanidad, sin la magia, está condenada a apagarse, como la llama del candil, sin el aceite que la sustenta."


EL FIN DE LA MAGIA

El viejo, cansado rey, observa desde su atalaya oculta, sobre la puerta a su reino de piedra y oscuras salas, la bruma que separa los dos mundos. Antes, mucho, mucho antes, no existió separación entre ambos. El reino de la magia se encontraba intrincado, como la trama y la urdimbre de un único tapiz, con el mundo de la realidad, o lo que para el hombre era ahora su realidad.
Antiguamente, la magia formaba parte de la vida del ser humano: desde los dioses todopoderosos de la naturaleza a los pequeños elfos y las diminutas hadas; los ritos celebrados en antiguos bosques, a la luz de la luna y las estrellas; los cánticos entonados al sol naciente o a las llamas de una hoguera, una dulce noche de primavera; la magia y el mundo mágico rodeaban al hombre y este formaba parte del todo.
Más tarde, en algún momento, el hombre se inventó sus propios dioses, ignoró y a fuerza de ignorar, acabó olvidando a las criaturas mágicas, expulsándolas de esa nueva realidad que iba forjando. Taló sagrados bosques y sustituyó la magia por la tecnología. Ya no necesitaba nada que no fuera de factura humana.
Solamente los niños en sus benditas e inocentes sabidurías, y algún adulto que no dejó de ser niño y escribía sobre la fantasía, conseguían, a duras penas, que la bruma no fuese ya un muro impenetrable.
En estas cosas pensaba el viejo rey enano, Guardián de la magia y Centinela del reino, mientras observaba la bruma y a través de ella percibía el reino del hombre, con sus ciudades enormes, sus flujos eléctricos y de datos, sus vehículos mecánicos y todo mancillado por el pestilente petróleo que lo hacía funcionar; con el cielo ennegrecido por los vómitos de las factorías; sin pájaros ni nubes, sin sol ni luna, sin estrellas.
Dando media vuelta, con los hombros hundidos por el pesar, el viejo rey dio la espalda a la bruma, cada vez más espesa y decidió cerrar la montaña, esperando que, quizás algún día, alguien supiera llamar a sus puertas; porque la humanidad, sin la magia, está condenada a apagarse, como la llama del candil, sin el aceite que la sustenta.

Pedro.

¡Arde Troya!

"¡Arde Troya, la bella Ilión!.
Quiso el destino que fuera tu final sumida en luz, tú, que fuiste faro en la oscuridad del navegante.
Maldito el día en que tu hijo más querido afrentó a la diosa, malditas tus inexpugnables murallas, los bellos palacios y templos que albergaban; por ellas, Poseidón te envidió y lanzó a sus perros griegos a despedazarte. Tanto se perdió...
Héroes murieron en tus puertas, el fuerte Héctor y el gran Aquiles. Para su gloria eterna quedaron en la memoria de los hombres.
No hubo gloria para las mujeres y los niños de Troya. Fuego, sangre y cadenas. No hubo gloria para sus soldados, solo lanzas y cuchillos traidores en costados y gargantas. Porque ha de saber el mundo, que sin el engaño del ladino Ulises, aún tus murallas erguidas, cantarían al mundo la hermosura de tu gente.
¡Salve Troya! Tu nombre no pudieron borrar los dioses. Y que Príamo, rey sin corona, en su agonía sepa que Ilión sigue viva.

Pedro"


¡Arde Troya, la bella Ilión!.
Quiso el destino que fuera tu final sumida en luz, tú, que fuiste faro en la oscuridad del navegante.
Maldito el día en que tu hijo más querido afrentó a la diosa, malditas tus inexpugnables murallas, los bellos palacios y templos que albergaban; por ellas, Poseidón te envidió y lanzó a sus perros griegos a despedazarte. Tanto se perdió...
Héroes murieron en tus puertas, el fuerte Héctor y el gran Aquiles. Para su gloria eterna quedaron en la memoria de los hombres.
No hubo gloria para las mujeres y los niños de Troya. Fuego, sangre y cadenas. No hubo gloria para sus soldados, solo lanzas y cuchillos traidores en costados y gargantas. Porque ha de saber el mundo, que sin el engaño del ladino Ulises, aún tus murallas erguidas, cantarían al mundo la hermosura de tu gente.
¡Salve Troya! Tu nombre no pudieron borrar los dioses. Y que Príamo, rey sin corona, en su agonía sepa que Ilión sigue viva.

Pedro

A MI CARCELERA

"Mi pequeña aportación nocturna. Descansad.

A MI CARCELERA

Sólo una posibilidad, 
de un roce de tu piel, 
de una sonrisa fugaz,
de una mirada de miel.

Robarte un beso.
¡Ay!, un beso.

Me ato a tu piel seda,
me enredo y encadeno. 
Atontado y anulado.
De lo que fuí, triste remedo.

Y quedo, sin más remedio, 
varado en tu arenal.
En tus mares, yo maldito,
soy incapaz de navegar.

Por un roce, 
un sonrisa,
una mirada

o un beso.

¡Ay!, un beso.

Pedro"


A MI CARCELERA

Sólo una posibilidad,
de un roce de tu piel,
de una sonrisa fugaz,
de una mirada de miel.

Robarte un beso.
¡Ay!, un beso.

Me ato a tu piel seda,
me enredo y encadeno.
Atontado y anulado.
De lo que fui, triste remedo.

Y quedo, sin más remedio,
varado en tu arenal.
En tus mares, yo maldito,
soy incapaz de navegar.

Por un roce,
un sonrisa,
una mirada

o un beso.

¡Ay!, un beso.

Pedro

DESDE LA ARENA

"DESDE LA ARENA

Cuando la noche ya no es noche
y el día aún no es día, 
me gusta ir a la playa calma,
sentarme en la arena fría. 

En la fugaz paz de esa hora,
el cielo se cambia de colores,
el mar es un espejo bruñido,
la brisa arrastra mil olores. 

Un pequeño esquife regresa,
tras una dura noche de faena, 
su paso apenas lanza olas,
pinta con espuma la arena.

En esa corta franja de tiempo, 
el día es aún la promesa,
la luna en sus redes de plata,
pequeños peces de nácar pesca. 

Pedro"

DESDE LA ARENA

Cuando la noche ya no es noche
y el día aún no es día,
gusto de ir a la playa calma,
sentarme en la arena fría.

En la fugaz paz de esa hora,
el cielo se cambia de colores,
el mar es un espejo bruñido,
la brisa arrastra mil olores.

Un pequeño esquife regresa,
tras una dura noche de faena,
su paso apenas lanza olas,
pinta con espuma la arena.

En esa corta franja de tiempo,
el día es aún la promesa,
la luna en sus redes de plata,
pequeños peces de nácar pesca.

Pedro

CUANDO LLEGUE EL INVIERNO

"CUANDO LLEGUE EL INVIERNO 

Cuando llegue el invierno 
y mate mis horas. 
Cuando el hielo eterno,
escarche mis hojas. 

Cuando mis cálamos secos, 
queden olvidados. 
Cuando mis versos, entecos, 
en cajas cerrados. 

Buscaré en mi mente
recuerdos ya pasados: 
las risas de mi gente
en veranos dorados. 

Y me iré contento, 
por lo que he vivido. 
Y gritaré al viento, 
al vivir, he vencido. 

Pedro"

CUANDO LLEGUE EL INVIERNO

Cuando llegue el invierno
y mate mis horas.
Cuando el hielo eterno,
escarche mis hojas.

Cuando mis cálamos secos,
queden olvidados.
Cuando mis versos, entecos,
en cajas cerrados.

Buscaré en mi mente
recuerdos ya pasados:
las risas de mi gente
en veranos dorados.

Y me iré contento,
por lo que he vivido.
Y gritaré al viento,
al vivir, he vencido.

Pedro

CARACOLA

"Espero que os guste. 

CARACOLA

Cuentame al oído,
historias marineras,
de albatros viajeros
y cantos de sirenas. 

Susurrame secretos 
de ocultos tesoros. 
Pintame mil retablos 
con los corales rojos. 

Y llevame contigo, 
a viajes inventados, 
con piratas amables
y galeones dorados. 

Pedro"


CARACOLA

Cuéntame al oído,
historias marineras,
de albatros viajeros
y cantos de sirenas.

Susúrrame secretos
de ocultos tesoros.
Píntame mil retablos
con los corales rojos.

Y llévame contigo,
a viajes inventados,
con piratas amables
y galeones dorados.

Pedro

LA LUNA Y EL RÍO

"Unas letrillas inspiradas por todas las hermosas lunas de este grupo. Vuestra luz ilumina el alma de este  navío errante. Gracias y feliz noche. 

LA LUNA Y EL RÍO 

Esta noche ha querido luna, 
bajar a bañarse al río. 
Al rozar sus aguas negras, 
la pobre ha tenido frío. 

Los juncos de la orilla,
por verla, la espían escondidos. 
Al temblar la luna bella, 
las secas cañas han reído. 

No espiéis juncos verdes. 
No riáis cañas secas. 
Que aunque la luna tiemble, 
aún temblando es mi reina

Que su cuerpo de nácar,
de nácar y madreperla, 
ilumina con su sonrisa blanca 
y enamora el alma verla. 

Pedro"


LA LUNA Y EL RÍO

Esta noche ha querido luna,
bajar a bañarse al río.
Al rozar sus aguas negras, 
la pobre ha tenido frío.

Los juncos de la orilla,
por verla, la espían escondidos.
Al temblar la luna bella,
las secas cañas han reído.

No espiéis, juncos verdes.
No riáis, cañas secas.
Que aunque la luna tiemble,
aún temblando es mi reina

Que su cuerpo de nácar,
de nácar y madre perla,
ilumina con su sonrisa blanca
y enamora el alma verla.

Pedro

Mascarón

"Mascarón

Siempre me gustó ser lo que soy, estar tan cerca del mar que me bese cada vez que me inclino hacia delante, reírme con los delfines en sus cabriolas, que la sal como diamantes adorne los huecos de mis escamas. Abrir camino y saludar al horizonte. Cuando el buque al que protejo, porque mi labor es protegerle de los espíritus sombríos que habitan en las profundas simas, abre sus velas al viento y comienza a correr junto a los delfines, en mi duro pecho de madera comienza a surgir tal calor, que si no fuera por el agua que me salpica y empapa, creo que saldría ardiendo como la yesca. 
Ahora yazgo aquí tumbada, en una playa perdida, adornada por las conchas blancas ,muertas, que me habitaron cuando mi querido navío chocó contra aquellos duros arrecifes, maldita sea la mano del hombre que lo guió a su fin, y nos hundimos y dormimos en las negruras del océano durante mucho, mucho tiempo. No recuerdo cómo fue que acabé aquí resquebrajada, y casi irreconocible, yo que fui tan bella que me vistieron con pan de oro y verde esmeralda; imagino que alguna tormenta me apartó de mi amado en su tumba marina y me lanzo a tierra. No soporto el estar lejos de él. Todas las mañanas les ruego a los cangrejos que tiren de mí hacia el agua; todas las noches les suplico a las estrellas que se compadezcan de esta triste figura y que otra tormenta me devuelva al lecho de arena fría con mi amor, para poder dormir con él, para poder deshacerme en el océano junto a él."

Mascarón

Siempre me gustó ser lo que soy, estar tan cerca del mar que me bese cada vez que me inclino hacia delante, reírme con los delfines en sus cabriolas, que la sal como diamantes adorne los huecos de mis escamas. Abrir camino y saludar al horizonte. Cuando el buque al que protejo, porque mi labor es protegerle de los espíritus sombríos que habitan en las profundas simas, abre sus velas al viento y comienza a correr junto a los delfines, en mi duro pecho de madera comienza a surgir tal calor, que si no fuera por el agua que me salpica y empapa, creo que saldría ardiendo como la yesca.
Ahora yazgo aquí tumbada, en una playa perdida, adornada por las conchas blancas ,muertas, que me habitaron cuando mi querido navío chocó contra aquellos duros arrecifes, maldita sea la mano del hombre que lo guió a su fin, y nos hundimos y dormimos en las negruras del océano durante mucho, mucho tiempo. No recuerdo cómo fue que acabé aquí resquebrajada, y casi irreconocible, yo que fui tan bella que me vistieron con pan de oro y verde esmeralda; imagino que alguna tormenta me apartó de mi amado en su tumba marina y me lanzo a tierra. No soporto el estar lejos de él. Todas las mañanas les ruego a los cangrejos que tiren de mí hacia el agua; todas las noches les suplico a las estrellas que se compadezcan de esta triste figura y que otra tormenta me devuelva al lecho de arena fría con mi amor, para poder dormir con él, para poder deshacerme en el océano junto a él.

Pedro.